Simulacro
Media humanidad está sentada en la grada mirando como la otra media hace el ganso en la pista de este circo
EL PAÍS
Si los políticos mienten, si los jueces prevarican, si los banqueros
roban, si los empresarios nunca se sacian, si los clérigos nos obligan a
comulgar con ruedas de molino, si algunos acreditados periodistas se
juegan su prestigio montando una cucaña en televisión para que la gente
crea que no es cierto lo que ha vivido, si verás que todo es mentira,
como canta Gardel en el viejo tango, que alguien me diga de quién hay
que fiarse, a qué asa firme hay que agarrarse, dónde hay algo limpio por
lo que apostar, cualquier institución del Estado que no sea un nido de
ratas corruptas hasta el hueso de la risa, que es esa última vértebra de
la cual en los buenos tiempos al ser humano le nacía el rabo. También
en el amor parece que la única verdad sigue siendo esa súplica
desesperada que le dirige Joan Crawford a Sterling Hayden en la película
Johnny Guitar: miénteme, dime que me quieres. Caminamos con
los pies descalzos sobre un espejo roto y cada esquirla de vidrio
refleja un fragmento de la ficción multiplicada infinitamente en
pantallas de móviles y tabletas. Media humanidad está sentada en la
grada mirando cómo la otra media hace el ganso en la pista de este
circo. No obstante, tenemos el derecho de estar bien informados, pero
hoy la información se llama comunicación y la comunicación se presenta
bajo la forma de espectáculo y el espectáculo no es nada si no genera
audiencia, éxito mediático, negocio. Al final resulta que la información
siempre es un simulacro y la política un marketing impuro. Los
congresos de los partidos, los mítines y las convenciones para designar
candidatos a unas elecciones se presentan con la misma filosofía de la
junta general de accionistas de una empresa que va a lanzar un producto
del año. La parafernalia de grandes paneles de plasma, alfombras rojas,
azafatas, descargas de música, tribunas protegidas con barreras de
flores, está abocada a encontrar una frase breve, rotunda, directa cuyo
impacto remueva una mucosa del inconsciente colectivo para generar un
sueño que en el fondo nadie espera que se vaya a cumplir. Por eso, tal
vez, en el estado de confusión en que vive nuestro país una frase
electoral que podría servir para cualquier político, de izquierdas o de
derechas, sería: “Si me odias o me desprecias, vótame”.